AMORES PERDIDOS DE ADOLESCENTE

Era un muchacho corriente, en esa edad en que la infancia se pierde y la mayoría de edad parece que está lejana, estaba solo encerrado en mi cuarto con mi terrible dilema -o al menos en aquella época me parecía, aunque luego la vida me ha enseñado que los amores perdidos te hacen llorar y los nuevos te lanzan por la serpenteada ladera de la pasión…- bueno, el caso es que aquella noche era un terrible dilema.
Como digo estaba solo en mi cuarto a oscuras, con la luz apagada y las persianas bajadas, tumbado sobre mi cama, acurrucado bajo las sabanas, sintiendo como mis ojos se inundaban de lágrimas en la penumbra de la noche, apesadumbrado, tenía miedo, no quería estar en aquella cama, en aquel cuarto, que era el mio, no quería estar solo, y mi sombra no dejaba de hacerme preguntas…
¿Habría una forma completa de resumirlo todo?
¿Por dónde empezar?
Acababa de ser rechazado por la persona a la que quería, la que llenaba mis sueños, a la que amaba con locura, o al menos eso creía, me sentía derrotado y no entendía la razón de esa derrota.
Cerraba mis ojos empapados, y recordaba una y otra vez lo que me había dicho la causante de mi desconsolado llanto:
«Carlos, tú me gustas. Pero no podría llegar a quererte debido a la distancia que nos separa.»
Esa fue su respuesta tras preguntarle que sentía por mí, el día que nos despedimos en la playa de la Lanzada. Era un 28 de agosto.
Para mí eso era igual que nada. Existía evidentemente una distancia, pero cada vez que hablaba con ella aunque fuese por carta, era como si estuviese a mi lado. Confieso que yo me enamoré profunda y completamente de ella desde la primera vez que la vi en una foto que me envió, y más después de haberla conocido. –Que ilusa es la inocencia-. Mi objetivo era llegar a conocerla mejor, pero sus sentimientos hacía mi no eran al parecer tan fuertes.
Me metí cada vez más adentro de las sábanas. Era principios de septiembre y las clases comenzaban al día siguiente. Ese era otro de mis dilemas aquella noche. Todos mis compañeros habían decidido estudiar la opción de ciencias, pero yo decidí escoger matemáticas. Así que también me encontraría solo en clase.
La gente en mi instituto era más bien cerrada, si intentabas comunicarte con alguien que no fuese de su grupo, puede que te respondieran bien pero luego te mirarían extraño, lo crea un poco de incomodidad al intentar hacer amistades nuevas. Tampoco es que yo fuese muy hablador, soy más bien tímido con la gente con la que no tengo confianza.
¿Qué hago?
Me pregunté en la oscuridad.
Tras un tiempo no contado, apreté más fuerte los ojos y conseguí quedarme dormido.
Después de tres meses sin pisar el edificio escolar, resultaba extraño estar de nuevo ahí en compañía de tanta gente. Todo estaba muy cambiado debido a las numerosas reformas que se habían realizado durante el verano. Me reuní con mi usual grupo de compañeros, pero me encontraba bastante triste como para recibir a todo el mundo con una sonrisa. Mis ojos de color verde se encontraban hinchados por haber pasado la noche llorando, pero conseguí disimular la hinchazón de mis ojos con unas gafas oscuras.
– ¿Carlos que te pasa? –preguntó Chris preocupado por mi expresión.
–Bueno estoy algo preocupado… Como sabes que estoy solo en clase…
Pedro mi amigo desde párvulos, me interrumpió.
–Carlos ¿Qué tal con Soraya?
Soraya, era la persona que me había destrozado el corazón, era de origen catalán, justo ese día no quería recordar nada de ella. Así que me giré y no respondí. Estaba más pendiente de encontrar algún alumno nuevo que fuese al grupo de matemáticas, para no sentirme solo en clase, al menos el primer día. El tiempo pasaba y la gente iba entrando al edificio, y nadie nuevo aparecía.
Me senté en el suelo, pegando mis rodillas al pecho, y agachando la cabeza. No quería saber nada de nadie. Pero de repente escuché una voz.
– ¿Hola?
Levanté la cabeza al oír su voz, era alguien a quien no conocía. De pelo negro, como el azabache, de ojos color oro añejo, de tez morena y largas piernas, que asomaban bajo su minifalda de cuadros escoceses.
– ¿Quién eres?
– Karen, soy nueva y quería saber a donde tengo que ir.
Me levanté de inmediato, haciendo una pirueta en el borde del escalón, mis males desaparecieron en aquel momento.
– ¿De qué curso eres?
– Primero de Bachillerato. –contesto.
– ¿Y qué opción has elegido?
– Matemáticas.
De repente mi corazón empezó a latir rápidamente, había encontrado a una nueva alumna. Bueno, más bien, ella me había encontrado a mí, pero que importancia ese pequeño detalle.
– ¿Quieres ser mi nueva amiga Karen?
– ¿Qué? Si no sé cómo te llamas.
Lo reconozco, que fue un atrevimiento, y más teniendo en cuenta que soy un tímido.
– Soy Carlos. Carlos Koingh. Mi padre es holandés
En el rato que estuvimos esperando la entrada a nuestras respectivas aulas le conté que también yo me encontraba solo, que se me daba mal eso de comunicarme con la gente. Al parecer me comprendió y me dijo que no me preocupará, nos hicimos amigos rápidamente.
Tras veinte minutos, que me parecieron cortos, nos dieron el paso al salón de actos, una vez sentados en nuestros asientos, tuvimos que esperar a que los profesores y nuestros futuros tutores llegasen y se asentasen ordenadamente en el escenario.
Mientras esperábamos, una nueva chica, Alicia, se sentó a nuestro lado. De la que nos hicimos amigos, mientras esperábamos, los tres nos fuimos contando nuestras experiencias veraniegas. De repente pasó a mi lado un profesor.
– Según mi hermano ese profesor es el de historia. –comentó Alicia.
– Pues lo es –dije– Me dio clase el año pasado, y este año también nos dará clase.
 
Así conocí a la que sería mi segundo amor, o tal vez deba decir el primero. De una solo recuerdo sus ojos, de la otra sus dulces besos, y de las dos sus caóticas despedidas en mis oscuras noches.
 
Los amores perdidos, de la adolescencia. Son dos efímeras estrellas colgadas en el universo de nuestros recuerdos, a las que de vez en cuando miramos de soslayo.

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