El principio… del fin… El fin… del principio (primera parte)

“Hay momentos en un día en que el pavor se apodera de ti, sabes que es el principio de algo, sin definir el qué, el adónde y el porqué. Pero, en un instante de uno de esos momentos, te percatas de que en ese día ha llegado tu fin”.
 
Son las siete de la mañana y la ciudad abre sus ojos ante la realidad de un nuevo día. Lo primero que su mirada aún soñolienta aprecia, a través del opaco cristal que forma el estado habitual de contaminación que envuelve a la gran urbe, son las sombras de un pasado resguardándose entre las líneas horizontales y verticales de las edificaciones. A esa hora, tras los muros de la ciudad los melódicos susurros del pasado dan paso a los desgarrados gritos del presente, pensando en los sinfónicos del futuro.
En el iris de su mirada uno puede distinguir que el cielo hoy va ser de un azul intenso, sobre el que se reflejaran los rayos de sol, lo que hará que sea un día de esos en que buscar una sombra es la mejor decisión, para esperar al tenue abrazo del frescor de la noche.
Según esta indicando la esfera de nácar blanco del apático reloj de pulsera que sabatiza sobre la mesita, sobre la que está danzando un fino sortilegio de tres líneas negras, hace una hora que ha amanecido sutilmente, mientras la oscuridad de la noche se diluye como la espuma de las olas de la mar al encontrarse, como dos enamorados furtivos, con la fina arena ocre de la playa. Dan paso a la tenue luz blanquecina de los primeros rayos de sol de un nuevo día, que va apoderándose poco a poco de cada uno de los rincones de la habitación, colándose pausadamente entre las pequeñas y alargadas rendijas de la persiana entreabierta. Se encuentra escondida tras los pliegues de los finos visillos blancos y rojos. Los fantasmas de la noche que han finalizado su ritual de magia, se van diluyendo con parsimonia continua, como se difumina el día en la noche con un atardecer, o la noche en el día, con un amanecer. Con ello decide empezar la jornada del nuevo día la persona que se halla postrada sobre la cama.
Mientras me aúpo de la cama, a la vez que echo con desgana hacia un lado el edredón y la sábana, mi conciencia me está recordando que dentro de poco empezaría el movimiento de un nuevo día en la casa. Comenzando con el tintineo de las llaves de Mari Jo al entrar por la puerta, el leve refunfuñé de Rufus, el perro Pastor de Brie de la familia. Como todos los días, Mari Jo prepara el desayuno mientras yo entro en la habitación de los niños para despertarlos con una carantoña, se levantarán a regañadientes, les daremos el desayuno entre pataletas, sollozos y protestas. Luego vendrán los apuros, colgándose las prisas de las agujas del reloj, los niños partirán al colegio, yo me quedaré sola preparándome para comenzar con mi trabajo, y así transcurrirán las dos primeras horas de este nuevo día en el calendario de mi vida, sin pena ni gloria…
Sentada en la habitación ante el tocador, de improviso, mi mente me recuerda la ausencia de Nicolás, sintiendo con ello como si una daga escocesa se va introduciendo lentamente en el interior de mi pecho hasta llegar al corazón.
Desde que Nicolás se marchó de casa, lo que más me gusta son las largas noches con la soledad de mis recuerdos y la sensación a hierba húmeda de su almohada. Todas las noches antes de meterme en la cama espolvoreo unas gotas de la fragancia que utilizaba Nicolás, lo que me produce un profundo sopor sin sendas llenas de guijarros ni pasillos. Es mi momento más preciado, solo mío, ya que sueño con Nicolás durante el día: él me lleva a la playa, tumbándose sobre la arena a mi lado, o colgándome de su cuello mientras las olas baten sobre nuestros cuerpos. Él me lleva de la mano por la calle, como dos turistas enamorados por la Ciutat Vella, comemos juntos, tomando el desayuno medio desnudos en la galería. Quedo con él en la plaza del Ayuntamiento las grises tardes de otoño para escabullirnos entre el calorcito de una sala de cine o de teatro.
En medio del sueño desaparezco y la añoranza no dejaba de atormentarme despiadadamente hasta que Nicolás aparece a la salida del túnel de mis recuerdos. Él siempre regresa, siempre, atravesando la calle mientras me hace señas con su mano o apareciendo repentinamente entre la multitud cogiéndome la mano, mientras le llamo suavemente por su nombre bajo la tenue luz del atardecer.
Noto como a mi rostro llega la tristeza ante el recuerdo de la última vez que lo vi. Hace ya cerca de ocho meses que me parecen siglos, toda una eternidad. Lo recuerdo parado ante el umbral de la puerta de entrada haciéndome un gesto cariñoso con su mano, mientras su silueta de caballero andante algo encorvada se difuminaba entre la gente que deambulaba sin rumbo por la Plaza de la Reina; desde entonces esa figura solo la veo en mis recuerdos…
Sobre la mesita de noche reposa sosegadamente nuestro retrato de bodas. Los ojos castaños de Nicolás tienen un brillo cautivador, su rostro esta exento de las líneas que indican el tiempo pasado, un rostro en el que el tiempo se detiene sin apenas tocarlo. Ese rostro terso de Nicolás semicubierto por una tenue mata de pelo color platino recién cortado, su cabeza cubierta por un cabello largo blanco y gris, gris y blanco, que cabalga suavemente a lomos del leve viento de levante o de poniente. Sus finas manos de largos dedos que sujetan su sombrero marrón verdoso de Indiana, su mirada enigmática junto con una sonrisa de niño esperanzado dibujada con la sutileza de un maestro pintor sobre sus dulces labios con cierto sabor al tabaco de su pipa…
Noto que las cuencas de mis ojos se encuentran inundadas como los arrozales de la albufera cuando comienzan a desbordarse, deslizándose hacia mi mejilla el reguero que van marcando mis lágrimas al recorrer mi rostro. Dejan en él un surco quemado por el calor ante el recuerdo de Nicolás. Mientras, mi mente me recuerda, enumerándolo, el decálogo de lo inútil de nuestra realidad…, mejor dicho, mi realidad…
<<Uno. Es inútil, voy a morir amándote. Hace ya tiempo que soy consciente de que mis sentimientos son mucho más fuertes que mi propia voluntad, aun en los momentos que en mi interior me convenzo de que lo nuestro no tiene remedio y debo empezar a olvidarte o a aceptar cómo eres, sin preguntas ni reproches. El pavor de “perderte” me embiste, volviendo nuevamente a la nostalgia, dónde me refugio en los recuerdos que poseo guardados en mi memoria, de los dos juntos. Y es así la única manera que tengo para sobrevivir y de esa forma hacer menos pesada mi cotidianidad.
<<Dos. Es inútil, por más personas que conozco, intentar ver en ellas la gran virtud que me haga salir de la desolación que me ha dejado tu marcha.
<<Tres. Es inútil, ya que vuelvo siempre a recordarte. En esos recuerdos veo que tú eres, con todas tus imperfecciones, la persona justa e inmejorable para mí. Eres la única persona en este mundo al que no le cambiaría absolutamente nada, porque estás hecha a mi medida, porque tienes la mezcla exacta que requiero para poder ser feliz.
<<Cuatro. Es inútil, aunque todas las mañanas nada más despertarme y al ponerme ante el espejo del baño y ver mi reflejo en él, comienzo a mentirme diciéndome que ya superé tu marcha, tu distanciamiento, que tú ya no tienes influencia alguna sobre mi estado de ánimo.
<<Cinco. Es inútil, querido mío, lo poco que me dura esa valentía porque me basta solo volver los ojos para sumergirme nuevamente en el océano de tu nombre, Nicolás. Sonrío abiertamente en mi triste y amarga soledad al saber que, dentro del dolor mortal que he sentido con tu marcha, he sido inmensamente feliz, sobre todo al recordar que, por las noches al meterme entre las sábanas de nuestra cama, en tu boca hallaba su hogar la mía.
<<Seis. Es inútil, creo que, desde el mismo instante en que apareciste en el quicio de mi puerta, mi “yo“ dejo de ser de “mí “ para convertirse en “ti “. Tú te adueñaste de mis pensamientos, de mis sentimientos, de mi pasado y de mi presente, de mi futuro. Te adueñaste de toda mi vida, de mi mundo.
<<Siete. Es inútil, pues tú, Nicolás, pintaste el destino, nuestro destino, del color que tú quisiste. Nicolás, asfaltaste la autopista que me llevaba a estar entre tus brazos sin importarte lo que yo vagué por el mundo, ni tan siquiera lo que tú pendoneaste por él. Ni los rumbos que trazamos para encontrarnos, ni los que nos llevaron a desviarnos, yo de ti y tú de mí. Te convertiste en el motor que hace latir mi corazón.
<<Ocho. Es inútil el pensar que ya no estás, pero que volverás, cuando la realidad es que ya no volverás. Ya no volveré a acurrucarme entre tus candentes brazos, ni a oír los latidos de tu corazón. Mi gran tragedia es que no sé cómo vivir aquí y ahora, sin sentir el aroma de tu cuerpo…, creo que nunca lo sabré.
<<Nueve. Es inútil, no hay un solo día en que no llore en el silencio de mi soledad. Por todo el tiempo que haya pasado y por el que vaya a pasar, por más que quiera concentrarme en el daño que me hiciste, recuerdo cuánto yo te lastimé con la intransigencia de mis palabras, por lo que todo concluyó, odiándome por haberlo hecho. Me lamento un día sí y otro también por haberte dejado marchar.
<<Diez. Es inútil, pues esta vida sin ti se me ha vuelta una autentica penuria que se ha llenado de costumbres, en grises, en negros, en un duelo perpetuo de mi alma, que no se sobrepone a su muerte, porque, Nicolás, tú te has quedado con lo mejor de mí. De lo que me alegro en parte.
 
CONTINUARA

3 Comments
  • Junco y Gacela
    Posted at 14:48h, 24 diciembre

    Quise escribir un relato chico para agradecerte tus lecturas, como hice con todos antes, pero no tengo el blog adecuado,
    La venganza y el destino.
    Ella estaba en su bosque donde la magia la protegía del dolor y la venganza. Le costó mucho tomar la decisión de marchar para siempre, pero la tomo y entonces se abrió una puerta que le dio luz y cariño, encontró creyó un amigo perdido, incrédula ella, permaneció en ese mundo y con cariño abrazo momentos sin darse cuenta de que estaba en un universo que no era el suyo. Se abrió una cancela, se cerraron otras, incomunicados mundos con los que no pensaba interactuar ya. Ahora de repente se encontró en aquella atalaya desde la que tantas veces quiso tirarse y saber si podría volar. Si allí podría acabar todo aquel otro mundo, el de él. Hoy día de Nochebuena fue el regalo recibido. Dando las gracias de corazón por la estancia y el paseo y esperando hubiera sido grata la venganza, comenzó a caminar hacia aquella atalaya. Solo restaba pedir al creador ser de luz que cuidara de todo lo que allí quedaba., Fuera dotado de luz siempre.

    • pippobunorrotri
      Posted at 17:25h, 24 diciembre

      GRACIAS POR TU RELATO ES UN MAGNIFICO REGALO DE NAVIDAD, REALMENTE HAS SABIDO ENCONTRAR LA SOMBRA DE MIS PALABRAS EN «el principio… del fin…» GRACIAS DE CORAZON.

      • Junco y Gacela
        Posted at 18:33h, 24 diciembre

        🙂 🙁 Gracias, Adiós