SECRETOS DEL PRETERITO II

Me encojo de hombros desviando la mirada, mientras me levanto y me dirijo a la esquina derecha de la entrada al ático. Cojo una de mis pipas, que está sobre el bureau capucin de estilo Luis XIV que está a la entrada, y me dispongo a prepararla mecánicamente, sin desviar la mirada del retrato que se encuentra colgado en la pared, al que nada más entrar mis ojos se fueron directamente. Como siempre he hecho cuando me adentro en esta luminosa sala.

Es un retrato realizado con lápiz de carboncillo, que yo conocía muy bien, ya que yo mismo lo había realizado. Allí estaba en su inmensa quietud el rostro de una mujer, tan conocido para mí como desconocido a la vez. Sigo cada uno de los trazos con mi mirada como si se tratase del lápiz que en su día los trace, hacía ya algunos años, más concretamente, cuando nos mudamos a esta casa, una tarde de sábado, en esta misma estancia, disfrutando de la puesta de sol, mientras el viento de levante trataba de calmarse correteando entre las callejuelas de esta vieja ciudad.

Al mirarlo ahora, empiezo a ver en los trazos de su rostro rasgos de algo que antes no había observado, que no recuerdo haberlos visto en ella cuando lo estaba dibujando, ni tan siquiera después de todos estos años de mirarlo con cierto embelesamiento…, al advertirlos ahora me digo mí mismo, tratando de justificarlos:

A lo mejor es la borrachera de halagos, de palabras dichas y escuchadas a lo largo del día, sumado al trago reciente de whisky que acabo de ingerir, que está empezando a hacer sus efectos. O puede que estén empezando a brotar el corolario de sus oscuros secretos, que recientemente me han contado.

Ella tenía cuarenta años, recién cumplidos, cuando lo dibujé. Estaba muy hermosa. La verdad es que siempre ha sido hermosa. Pero ahora el recuerdo de ese rostro principia a serme una migaja frío, con una mirada grave y huidiza. Como si fuese la de una persona que desea evitar algo o a alguien, cuando se encuentra de improviso con una mirada muy cerca de su rostro. Es una mirada de acecho, cautelosa, vigilante, como si esperase que alguien la sorprendiese descubriendo en ella, en su rostro, su verdad. Que descubriese las mentiras o los renuncios que la ocultación de esa verdad habría ocasionado.

Entre tú y yo, la Verdad, siempre creí que existía… Me enamoré desde el primer día de tus ojos, de tu mirada, no descubrí nada perturbador en ella, sino más bien lo contrario… Lo ocultaste muy bien.

Decías que no te gustaban las emociones breves y desconocidas. En el fondo siempre has deseado ser sorprendida. Te gustaba, aunque siempre lo hayas negado con tu perfecta boca, y una intrigante sonrisa sobre ella. Tú si has sido una sorpresa desde el primer día, que me ha producido unos efectos espirituales que han perdurado a lo largo de estos diez años, dejando mi mente en blanco, lo mismo que ahora me han dejado tus secretos, pero esta vez tengo la extraña sensación de tristeza, lo que me produce miedo.

Ahora ya no estás aquí, a mi lado, pues como ves te has marchado definitivamente, aunque no haya sido por tu propia voluntad. Sentado aquí ante este, tu retrato, trato de descubrir en los rasgos sesgados de tu rostro lo excepcional que ha habido en ti, incluso los secretos que has escondido tras él. Siempre me he sentido hechizado, desde el primer día, por tu mirada, aun ahora, viéndola perdida en el horizonte de esta habitación, me siento hechizado por tus ojos. Hechizo que me obliga a escudriñar en los recuerdos que guardo, como si de una obsesión se tratara. Cada rasgo, cada línea que un día yo trace sobre ese papel blanco me son conocidos a la vez que desconocidos, los miro detenidamente intentando averiguar el «porque«. Estoy expectante, al acecho, como aguardando que en cualquier momento tus labios, tu boca, cojan forma elíptica para pronunciar mi nombre, llamándome a tu lado…

Estoy enojado… Sí, enojado, con el silencio pletórico y desafiante que circula a mi alrededor con sus líneas parabólicas.

Turbado… Sí, quizás algo confuso, por el alcohol ingerido, y seguro que por lo que significa saber lo que me has ocultado desde el primer día, bajo la bauta del miedo, de la incomprensión por mi parte…

Miro a mi alrededor inquieto, tengo la sensación de que, pese a la soledad del silencio y la quietud del ático, en el que me encuentro solo con el fiel Rufus, percibo como si algo, desconocido, se está desatando entre estas cuatro paredes de ladrillo y cristal. Puedo sentirlo, pero no sabría definir lo que es.

Una imprevista y repentina sensación hace que me gire, inesperadamente, en mi asiento, tratando de descubrir la sombra de alguien que me ha parecido ver al otro lado del ventanal. Rufus se pone en alerta, sentándose en sus patas traseras y levantando la cabeza. Me vuelvo a girar, pues me parece escuchar el ruido de pasos bajando por las escaleras. No descubro nada, una tétrica sonrisa se dibuja en mi rostro… Vuelvo a poner la vista en el retrato de esa mujer, mi mujer, mientras levantándome inquieto del sillón, me acerco lentamente al cuadro. Lo descuelgo, mientras le susurro:

Querida mía, la realidad que nos rodea es un acontecimiento breve y fugaz, que ahora para nosotros ha perdido su naturaleza de fugaz, de momentánea.

Vuelvo el retrato encontrándome con lo que en su día escribí, que tanta ilusión le había hecho… Mi mente retrocede en el tiempo para recordar ese momento mágico, esperando en mi subconsciente que volviese a suceder ese instante, en el que tú terminaste de leerlo. ¿Recuerdas? Nos miramos durante un segundo, no pronunciamos palabra alguna que recordar, y nos abalanzamos el uno sobre el otro, teniendo una apasionada noche de amor aquí mismo.

Lo leo en silencio, mientras una fina cortina de agua impregna mis ojos:

Recorro las sendas de tu pasado, por el camino de nuestro presente, por las quebradas de nuestro futuro.

Recorro el valle de tus anécdotas, en el bosque de mi vida, con el remanso de tus dulzuras, con las caricias de tus dedos, mientras grabo el cariño de tus palabras, la mirada de tus ojos, al pronunciarlas.

Recuerdo el sonoro sonido de tu voz recorriendo la caracola de mis oídos, que con dulzura impactan en el tímpano, para que sus ondas concéntricas rieguen mansamente, bañando mi conciencia.

En la brisa mañanera del día a día, al mirarte, me veo como si estuviera dentro de un lago de cálidas aguas cristalinas y me doy cuenta de que…, ¡te extraño!…, cuando no te veo en el anochecer de ese día a día.

Pienso en todo lo que dejas en mí, cada día, cuando estás a mi lado; en aquello que no te dejo ver, en eso que no te digo cuando te miro, y que tú adivinas en mi mirada, en aquello que oculto tras las bromas, en lo que digo y no quiero decir, en lo que quiero decir y no digo, en las verdades a medias, para no tener que mentirte.

Solo así pasa el tiempo eterno, en los días de mustio alejamiento, en las noches imprevistas de mis ausencias. Quisiera detener ese tiempo eterno, para contemplarte sin tiempo…

Me miras… Te miro…

Una sonrisa cómplice se dibuja en nuestros labios mientras nos miramos. Y todo queda en simples ilusiones, como si me escribieras un cuento de ti para mí… Como si estuviésemos atrapados en una lámpara mágica de cerámica china para bailar pegados en su bóveda de cristal…

En todos mis instantes de soledad pienso en ti…

Aunque no te vea, aunque no estés, tu fotografía en el interior de mi cerebro revolotea como mariposas alrededor de la flor corazón sangrante.

Cada minuto de una hora es una situación candente que me aísla de la realidad y me conecta con tu pensamiento.

Pienso en ti constantemente, aunque no me creas, aunque digas que no es cierto, aunque pienses que te engaño. Yo sigo pensando en ti.

He aprendido a verte de lejos y contemplarte cerca de mí… Sin poder abrazarte… ¡No te miento!

Solo sé que te quiero, por eso estoy ausente de ti, sin estarlo, y me pierdo en el silencio de tus palabras, descubriendo en los surcos de ellas algo entorpecido por las horas perdidas, en que no nos hablamos, en que no nos vemos. Que tú eres mi ángel, mi luz, la mariposa que recoge el polen de mi flor, que me refresca con sus alas revoloteando sobre mi rostro.

¿Sabes? En la rutina de mí día a día he pensado en ti…

He visto como mis ilusiones acarician con ternura tu suave piel melocotón…

Hasta he sentido que me llamas cuando en un salón me encuentro…

El sonido de tu voz resonando entre sus paredes es la sinfonía concordante de una música que hace énfasis en mi conciencia, hundiéndose en la mística de la poesía, solo para verte volar entre las nubes llevándote mi corazón entre tus alas.

No sé lo que llevas dentro… Un misterio vehemente… Quizás…

Solo sé que me pierdo en tus cosas tiernas, en tu preciosa mirada de ojos verde azulado en esa sensación de amor frágil que noto en tu rostro o tal vez en un temor que no termino de definir bien.

Quizás solo me equivoco cuando te escribo, tal vez entiendas, tal vez me comprendas o tal vez me entiendas, pero no me abandones, quizás veas esto extraño en mí… Pero no dices nada…

Tu simple silencio es como este loco amor que siento por ti.

Te tengo presente en mí, y lo sabes, cada amanecer, cada mañana, cada tarde, cada atardecer, cada anochecer. Te sueño, a veces en mis frustraciones, en el léxico de lo profundo, me invade el letargo.

El letargo es lo que envuelve al alma para llevarla al mundo de las cosas volátiles. En esos momentos tu recuerdo anega mi conciencia con tu sonrisa.

Pienso en ti en el cenit del sol…, en el esplendor de la noche. Mientras contemplo el crepúsculo de un amanecer, en el horizonte…

Entiendo lo que es y lo que imagino.

Como cataratas son tus palabras en mí, como las turbulencias en el agua de un río bravo son tus ojos, tu mirada parece la autopista de nuestra pasión. En ese desbocado torrente que lleva mi corazón cargado de ilusión, y que atrapas en tus manos como queriendo estrujarlo sobre tu pecho, sintiendo un solo latido al mismo tiempo, yo en ti, tú en mí, los dos en uno, solo que separados por nuestros cuerpos, está mi amor, mi felicidad.

Déjame entrar en tu mundo medieval, como un caballero andante en su cruzada, para así poder conquistar tu corazón, con el mío; déjame que me pierda en la almorahira de tu jardín Ándalus de ese amor tuyo…

Arrúllame entre tus brazos y dormiré en tu regazo, como un recién nacido, déjame besar tus labios sonrosados, como si fuese la llave para poder penetrar en los rincones de tu universo, déjame sondear tus fragmentos desde adentro y así poder elevarme en tu arco iris hasta el cielo.

Solo déjame empaparme en ti y no me digas que no, ¡por favor!…

Encuentro en ti, ese pequeño detalle que me hace feliz…

Cierro los ojos durante un breve minuto tratando de cavilar, tratando de encontrar en mi propia reflexión, ese un punto de inflexión entre la razón y los hechos acaecidos estos diez últimos días, que han sido desconcertantes, llenas de amargas sorpresas que han ensombrecido mi vida, convirtiéndola en una extravagante locura, al convertirme, de momento, en un personaje de su teatrillo… La realidad es que ha sido un decadente episodio, en mi vida, increíblemente funesto, tremendamente traumático, que seguramente nunca podré borrar de la memoria y, aunque lo intentase, seguramente tampoco sabría cómo hacerlo.

Abro los ojos, dejando que mi mirada se pierda a través del amplio ventanal en el marchitar del cielo azul, estoy tratando de encontrar la nube en la que viajas por ese azul celeste, que se está llenando de algodonadas nubes blanquecinas, me imagino que bailando la sinfonía que estás interpretando de uno de tus autores predilectos, Johann Sebastián Bach, tal vez El arte de la fuga.

CONTINUARA

10 Comments
  • M. AN.
    Posted at 10:52h, 20 febrero

    Wow, me encantó! 🙂

  • El Blog de Úrsula
    Posted at 20:45h, 20 febrero

    Extraordinario dibujo en compañía de tus buenas letras
    ¡Me gustó!

  • KOBO73
    Posted at 23:46h, 20 febrero

    Magistral por enésima vez!

  • rompantodox
    Posted at 00:30h, 21 febrero

    Maravilloso!

  • saragrafias
    Posted at 01:56h, 21 febrero

    Es usted un excelente escritor, me gustó mucho ❤?

    • pippobunorrotri
      Posted at 01:59h, 21 febrero

      Muchas gracias por tus palabras