SECRETOS DEL PRETERITO VII

–¿Que paso tras esa discusión? –pregunta el comisario Antón Freixa.

–Nada en especial. Unas cuantas horas en que ella se encerró en sus silencios, y yo en los míos. Simplemente deje que sus miedos se fuesen enfriando, como así ocurrió. Yo seguí investigando sobre la vida de Pascual, pero desde ese día deje de contarle lo que iba averiguando acerca de la misma.

         –¿Qué mas recuerda de cuando eran unos adolescentes?

         –Lo recuerdo casi todo, porque es la mejor época de nuestras vidas y de la que de alguna manera nos marca el destino que hemos de seguir… Recuerdo por ejemplo que por aquella época se empezó a interesar por el deporte de una manera yo diría que compulsiva. Era demasiado bueno, como siempre en todo lo que se empeñaba en hacer. En todos los deportes que practicaba sobresalía por encima de los demás compañeros, era una figura demasiado central entre los compañeros como para retraerse en lo que hacía. Durante aquellos primeros años de adolescentes, uno tenía la impresión de que no había nada que no hiciera bien, nada que no hiciera mejor que todos los demás. Era el mejor jugador de baloncesto, el mejor estudiante, el más guapo de todos los chicos, al que las chicas querían conquistar y los chicos tener a su lado, por si alguna de las chicas patinaba. Cualquiera de estas cualidades hubiera sido suficiente para darle un estatus especial, pero juntas lo hacían heroico, un muchacho tocado por el dedo de los dioses. Pero, a pesar de ser extraordinario, seguía siendo uno de nosotros. Pascual no era un genio ni un prodigio; no tenía ningún don milagroso que lo apartase o que tan siguiera lo separase de los muchachos de su edad. Era un muchacho perfectamente normal, solo que más…, si eso es posible, más en armonía consigo mismo, más idealmente un chico distinto, de lo normal.

»En nuestro segundo año de bachillerato, por ejemplo, Pascual fue el único miembro de nuestra clase que consiguió entrar en el equipo del colegio de balonmano. Jugó extraordinariamente bien durante los dos primeros trimestres y luego, sin ninguna razón aparente, dejó el equipo. La hubo, aunque nunca he sabido muy bien cual era. Recuerdo que me contó el incidente al día siguiente de que ocurriera: había entrado en el despacho del entrenador después del entrenamiento para recoger su uniforme. El hombre acababa de ducharse y, cuando Pascual entró en la habitación estaba de pie junto a su mesa completamente desnudo, con un cigarro en la boca, una toalla en la cabeza y otra alrededor de su cintura, que cubría sus partes más íntimas, la cual se deslizó por sus piernas cuando Pascual entró en el cuarto de improviso y cerró la puerta a su paso. Pascual se recreó deliberadamente describiéndome la situación, disfrutando mientras lo hacía, con la descripción, deteniéndose en los detalles más absurdos de la escena, embelleciéndola con aclaraciones acerca del cuerpo regordete del entrenador, la luz en la habitación, el charco de agua en el suelo de hormigón gris, cómo era el miembro del entrenador, que su huevo derecho era más pequeño que el izquierdo; pero eso fue todo, una simple descripción adornada, una riestra de palabras divorciadas de cualquier cosa o asunto que pudiera afectar al propio Pascual. Me decepcionó que dejara el equipo, pero él nunca me explicó realmente por qué lo había hecho…, quizás la intuía meses más tarde, solo me dijo una de sus reglas; regla número treinta y siete:

–“No intentes llenar una palangana agujereada, pues es inútil y aburrida”.

»Lo de siempre, en cuanto probaba algo y después de un tiempo lo abandonaba. Sin una razón, ni por supuesto explicación por su parte de por qué lo hacía…, era su sino, nunca terminaba lo que empezaba. lo abandonaba a mitad del camino para emprender otra aventura que nunca llegaría a su fin.

»Retrospectivamente, me hubiera parecido natural que Pascual Fonseca llegara a ser escritor. Es más, en algún momento lo he pensado seriamente ya que la severidad de su introspección, en los últimos años en que estuvimos unidos, casi parecía exigirlo. Ya cuando éramos bachilleres, en el colegio de los maristas, redactaba cuentecitos, creo que a partir de los trece o catorce años, dudo que hubiese algún momento en que no se viera a sí mismo como escritor. Al principio, por supuesto, no parecía significar mucho lo que salía de su lápiz; siempre le gusto escribir con lápiz de carboncillo, en vez del bolígrafo o la estilográfica, por aquel entonces, era la habitual faramalla de un adolescente imaginativo. Era muy dado, le gustaba, por aquel entonces, esa clase de literatura, llena de frases prosopopéyicas, a la vez que de extravagantes giros argumentales, muy de los escritores del Siglo de Oro.

»Recuerdo que, en quinto, Pafo escribió una especie de relato o novela corta para un concurso literario de las fiestas patronales del colegio. Su argumento trataba sobre la llegada del hombre a la luna (era el año que el hombre llego a pisar la luna, 1969) y constaba de unas cincuenta páginas aproximadamente. Lo ganó. Después de terminadas las fiestas, el profesor de literatura, el hermano Alonso, le propuso leer en alto su novela corta en sesiones de diez minutos diarios al final de su clase de lengua. Todos nos sentíamos orgullosos o, quizás mejor dicho, sentíamos envidia de Pascual y, de algún modo, estábamos sorprendidos por su teatral manera de leer sus propios escritos, representando los papeles de cada uno de los personajes. El argumento de su historia se me escapa ahora. Pero recuerdo que era infinitamente complejo, con un final centrado en algo como las identidades confundidas entre los astronautas y los habitantes de la luna…

»De chicos, a los de la pandilla, nos encantaba, sobre todo a mí, nos apasionaba jugar alrededor de las obras en construcción, subiéndonos a las escaleras de mano y trepando por los andamios, andando por tablas en equilibrio sobre un abismo de maquinaria, sacos terreros y barro. Es cierto que yo no era de los más echados palante, yo no era el primero en las iniciativas. Yo me quedaba en segundo término mientras Pascual o José realizaban todas estas hazañas. En el primer instante de la propuesta, yo en mi interior les imploraba que lo dejaran, pero sin decirles nunca nada para que no lo hiciesen, deseando que no propusiesen qué hacer, más por miedo y con temor por si nos caíamos, después de esos minutos de incertidumbre yo los seguía sin pensar en el riesgo que hubiese. A medida que pasaba el tiempo, estos impulsos se volvían más conscientes. Pascual me hablaba de la importancia de “saborear, degustar la vida”. Ponerse las cosas difíciles, decía, “explorar lo desconocido”, eso era lo que quería, cada vez más, a medida que se hacía mayor…

 
CONTINUARA

4 Comments
  • meatovmearov
    Posted at 17:51h, 14 marzo

    Excelente relato.

  • Marijose Luque Fernández
    Posted at 16:51h, 15 marzo

    Retazos de …
    y me quedo con una frase coherente y hermosa, al menos para mi, cuando llegan ciertos momentos de tu vida «Explorar lo desconocido»
    Hermosa tarde!!