SUSURROS DEL PRETERITO IV

CONTINUA DE III

Abro los ojos, dejando que mi mirada se pierda a través del amplio ventanal, en el marchitar del cielo azul, estoy tratando de encontrar la nube en la que viajas por ese azul celeste, que se está llenando de algodonadas nubes blanquecinas, me imagino que bailando la sinfonía que estas interpretando de uno de tus autores predilectos Johann Sebastián Bach, tal vez “El Arte de la fuga”.

Dejo que el retrato que tengo entre mis manos repose sobre mi pecho apretándolo entre mis brazos, mientras permito que mi subconsciente empiece a viajar libremente por la inmensidad de las llanuras de mi mente, descubriendo con ello nuevos universos que antes no había explorado. Quizás, porque no sabía de su existencia. Como siempre que mi subconsciente decide viajar en la llanura desértica de mi mente –Aunque la gran mayoría tiende a considerar a los desiertos como tierra yerma y estéril, la verdad es que son hábitats biológicamente ricos que albergan una amplia variedad de flora y fauna adaptadas a sus condiciones de vida extremas– que es lo que ahora me toca a mí en la vida real. Adaptarme.

Mi mente lo hace viajando a través del calmado viento seco, que circula desplazando las dunas de finas arenas que cuentan el tiempo. Pero, a diferencia de otras veces, estoy notando que también lo hace escudriñando los rayos de luz que produce el eclipse de mis sentimientos, de mis emociones, de mis recuerdos. Siento con ello una liberación…, como si se tratase de esa facultad innata que tenemos los humanos de hacer algo de una manera u otra, para llegar a un destino, incluso de negarnos a no hacerlo escudándonos en otra que no queremos hacer, y que hacemos, por lo que uno es responsable de sus actos… Algo tengo que hacer tras los trágicos acontecimientos.

–¿Qué va a ser ahora de mí?, ¿qué va a ser ahora de ella? –susurro.

Ella, que había sido la persona que había cambiado mi vida… Con la que aprendí, después de media vida de búsqueda, el sentido de la palabra “Felicidad”, a disfrutar cada minuto que he pasaba a su lado. Ella que había hecho posible, que muchos momentos fuesen únicos e irrepetibles, que nunca olvidare. Es posible, es seguro, más bien que con ella encontré la felicidad perdida en el templo de los sentimientos, donde he sido feliz. Ya nada será igual sin ella, ha habido momentos, durante estos doce años, en que ella no estaba en persona a mi lado, pero si presente en mi interior… Miro su retrato mientras le susurro:

“Amor, amor… Te he querido. Te quiero, y por este amor que siento, te prometo que este amor no va a desaparecer ni a cambiar, puede que haya otro amor, que será distinto, nunca igual. Siempre estaremos juntos a pesar de esta distancia que nos han impuesto. Te echo tanto de menos. ¿Dónde estás Letizia mía?”

Una fuerte convulsión recorre mi cuerpo medio adormecido, medio mareado, atolondrado, al escuchar el leve sonido de un susurro que cada segundo se hace mas nítido, que reconozco, queriendo decirme algo…

¡Su voz!… Escucho su voz, la de Letizia, tras de mí. Un helado escalofrío recorre mi cuerpo. La voz suave y melosa que tantas veces me había susurrado al oído, cuando estaba cansado o dormitando sobre el sofá, la voz tierna y serena que me hacía sentir tranquilo y sosegado, me quiere decir algo que en mi aturdimiento no alcanzo a entender en principio, por lo que digo en voz alta:

»¿Dónde estás, Letizia?… Llevo dos días buscándote en cada rincón, en cada esquina de esta casa nuestra, y no te veo, aunque note el aroma de tu perfume… Te echo tanto en falta…, todo está cambiando desde que no estás…

–No te preocupes –responde en voz baja–. Estoy aquí amor, en nuestro refugio.

–¡Donde! No te veo, Lety.

–Nicolás. Abre los ojos

–Los tengo abiertos pero sigo sin verte.

–Perdóname.

–No tengo nada que perdonarte. El que debe pedir perdón soy yo.

–Perdóname por no haber sido sincera contigo desde el primer momento… Me he dado cuenta tarde, de lo mucho que significas para mí, de lo mucho que te amo. De lo que me he perdido, por ocultar una verdad tras una máscara de dos rostros, por ignorar una realidad. No quiero disculparme, pues no hay disculpa que me justifique. Quizás la cobardía…, pero esa no es justificación, pues la cobardía no es más que un vicio, un defecto, y cuando me di cuenta de mi error, el miedo arruga mi alma. Perdóname.

–Lety, amor. No puedo verte. ¿Dónde estás?

–Amor, no puedes verme, ni tocarme, pero puedes sentirme. Estoy a tu lado. ¡Te amo!, más de lo que nunca me imaginé que podría amar.

–Lo sé. Siempre lo he sabido.

–Pero yo no quería saberlo…, o no supe verlo… Lo siento tanto.

–¿Quién ha sido?, ¿cómo ocurrió?, ¿por qué?

–Ahora, me tengo que ir. Mi tiempo se acaba.

–¡Tan pronto!, si acabas de llegar.

–No temas. Quizás, otro día volveré.

–¿Cuándo?

–La luz me está esperando. Hoy es el día, mi amor. La luz está aquí. Hoy es el día, en el que voy a sentirme libre por fin. Tú también…, pero, no temas te llevo en la mochila de mi corazón.

–¿De qué día hablas, Letizia? ¿Adónde te vas?… Te amo mucho, no te vayas de nuevo… ¡No me dejes!

–Amor, me tengo que ir… Cuida y protege a Benjamín y a Pau, nuestros pequeños, el fruto de un amor.

–Lety, Lety. Me hoyes…«

Una rebelde lágrima de pena fluye correteando lentamente por mi mejilla. En este momento comprendo, que ella se ha ido para siempre… Pero, a donde quiera que se haya ido, seguramente que será feliz.

Una extraña sensación de tristeza invade mi cuerpo recorriéndolo de arriba a abajo. Me inclino con abatimiento, para coger el retrato que se había deslizado por mis piernas hasta quedarse en mis pies. Lo recojo mientras una lágrima rebelde cae sobre su rostro de papel. Por primera vez en mucho tiempo, me siento orgulloso de nuestro amor. Del amor que habíamos vivido y tenido juntos. Aunque fuese construido sobre los cimientos de una mentira.

Hoy es uno de esos días, de esos anocheceres, que quisiera volver a sentir sus labios sobre los míos. Sus brazos rodeando mi cuello. Sentir las caricias de su piel sobre mi rostro. Oír el susurro de su voz en mis oídos. Ahora más que nunca quisiera sentir tus abrazos, tu aroma, tu aliento… Pero, en realidad soy consciente, que con el paso del tiempo, a partir de ahora, sus recuerdos se irán marchitando, aunque no se como hacerlo. Quiero y deseo que esos recuerdos perduren, para lo que estoy dispuesto a aprender realmente como mantenerlos a mi lado…

Me siento culpable por mi demora en darme cuenta, de lo que realmente significan las palabras que pronuncie cuando la conocí, que fueron las que propiciaron, quiero creer, en principio, nuestra unión…

Cierro los ojos, y reclinó la espalda sobre el respaldo del sillón, comenzando ha hablarle como si ella estuviese aquí, en el silencio de mi soledad.

»Pero, sabes que, aunque estés perdida y seas inalcanzable en la distancia de mi presente, hoy quiero decirte no con una palabra, ni con un beso, pero si con el silencio de mi alma, cuanto “TE QUIERO”. Es posible que a veces, la mayoría de ellas, he sido débil, taciturno, esquivo y quizás algo cobarde, por no decírtelo más a menudo… Tu mejor que nadie en los últimos tiempos eras conocedora de mis pensamientos y de mis sentimientos, por eso entenderás lo mucho que te echo en falta…

»Preguntas ¿Si me arrepiento?…

»¿Acaso debo hacerlo?…

»Para nada. Todas las malas y buenas decisiones que he tomado, a lo largo de mi vida, son las que me han llevado hasta ti…, así que, no, no me arrepiento de haberlas tomado. Es más que posible, que algunos sentimientos se borren de mi memoria de manera inconsciente, pero nunca me arrepentiré de lo que he compartido contigo… Sé que nunca más te volveré a ver, porque aún no existe una fórmula de revivir a los muertos. ¿Qué puedo hacer para que esto no pueda suceder?… No sé si voy a tener las fuerzas necesarias para continuar…, tengo miedo…

»Ahora debo meditar si debo tomar esta decisión que me ronda por la cabeza, perdóname si no te la cuento, ya sabes como soy para estas cosas, antes tengo que pensarla detenidamente. Lo único que te diré es que si decido hacerlo, tomare la decisión más difícil de mi vida, de la que espero no tener que arrepentirme al final de mi camino.

»Quisiera poder seguir contándote mil historias, con dulces palabras saliendo de mi boca. Pero, sé que no es necesario que lo haga con palabras que tus oídos no van a poder oír ya. Tú no estarás a mi lado para hacerme callar… Lo haré con las palabras de mi pensamiento esas que solo el espíritu puede escuchar, pues ahora te has convertido en un Ángel, mi Ángel de la guarda, al que hoy le quiero rogar, desde este, que ha sido nuestro refugio cuando aún eras un “Ángel” carnal, que ese Ángel nunca me abandone ni me deje solo, que me guíe por la senda certera del espeso bosque de la vida, para que haga lo correcto…

 
CONTINUARA

5 Comments
  • Junco y Gacela
    Posted at 18:12h, 24 enero

    Genial relato y muy hermosa sinfonía. Besos Pippo!

  • Slictik
    Posted at 12:25h, 28 febrero

    El tiempo lo es todo en la vida y en la ficción. Decía Graham Greene que narrar es elegir un momento en el tiempo y comenzar a contar, hacia delante o hacia atrás, que comprimir el tiempo ayuda a la narración, si algo lo puedes contar en un día no emplees una semana y si puedes narrarlo en una semana no te extiendas a un mes. El tiempo narrativo no es el mismo que el tiempo real, por eso el narrador debe saber cómo emplearlo. En este caso el tiempo está comprimido puesto que el protagonista está viviendo un momento que se entiende no se ha alargado mucho en tiempo de reloj y sin embargo el recuerdo que se va recapitulando podría extenderse hacia atrás mucho tiempo de reloj. El narrador tiene que jugar con el tiempo, como lo hacemos nosotros en la vida real, vivimos el momento y al mismo tiempo nuestra mente se lanza hacia el pasado o el futuro y permanece allí un tiempo que nada tiene que ver con el movimiento de las agujas del reloj. El tiempo es el que permite la narración como también permite la vida, vivimos porque el tiempo transcurre y al tiempo que dejamos atrás cosas y personas otras salen a nuestro encuentro. Es la tragedia del ser humano, no vivir para siempre, no poseer para siempre, acabar por perderlo todo. El hombre es un ser para la muerte, decía el gran filósofo Heidegger. Desde esa perspectiva no hay felicidad posible, solo saltando a la eternidad la vida y la muerte cobran sentido. Por eso también la ficción no puede ser otra cosa que un perpetuo lamentar lo perdido y un anhelo de encontrar algo que nos ayude a soportar lo perdido, al tiempo que seguimos anhelando recuperar el pasado. Comprendemos ese sufrimiento y ese anhelo, por eso nos resulta sencillo identificarnos con el personaje que lo está viviendo. La melancolía se retuerce entre los dedos del protagonista como los dedos del pianista entre las teclas que tocan el arte de la fuga o las variaciones Golberg, la música de Bach siempre es perfecta para estas situaciones. No podemos pedirle al narrador que nos lleve más allá de donde no somos capaces de llegar nosotros, compartir una ficción es compartir una vida que nos acabará derribando a todos, porque todos somos seres para la muerte. Un saludo.

    • pippobunorrotri
      Posted at 20:06h, 28 febrero

      Gracias por tus palabras son todo una inyección de energía. Un saludo