EL TIEMPO IV

“Lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece”.
Eurípides de Salamina
 
 
 
El reloj de la Puerta del Sol marca las doce de la noche, el final de un día y el principio de la noche del siguiente. Los noctámbulos ultiman los planes de una noche, que los han de llevar al amanecer. Hace calor para ser una noche de principios de junio, el ambiente está cargado, el olor de la basura de dos semanas sin recoger, por culpa de la huelga de los servicios de limpieza, mezclado con los gases de los vehículos, lo hace irrespirable. La gente sale de los cines y de los teatros de Gran Vía, tapándose la nariz mientras tratan de perderse, apurando el paso, unos en los aparcamientos subterráneos y otros entre las callejuelas del barrio de Chueca, donde la tolerancia es su santo y seña para recorrer sus estrechas calles, seguramente se dirigirán a la Plaza de Chueca, o a la plaza Vázquez de Mella, donde habrá algún espectáculo. Aunque Chueca en sí misma, es todo un espectáculo de luz y de color en las noches de Madrid.
El comisario jefe Antón Freixa camina con paso firme y decidido, los surcos de la preocupación conforman las líneas de su rostro cansado. A su lado, una joven trata de seguirlo en silencio, es algo más alta que el comisario, delgada, con el pelo corto y de rostro ovalado, con ojos pequeños ocultos tras una gafas de pasta blanca, que realzan su tez morena, de piernas largas y cuerpo corto, vestida con unos pantalones vaqueros que marcan la forma de sus anchos y prietos muslos, seguramente conseguidos a base de horas de gimnasio, una camisa oscura bajo una cazadora de cuero marrón, ocultan sus anchos hombros y los pequeños, pero redondos, pechos que se remarcan bajo la camisa. Era la inspectora Serrano, su ayudante mas fiel y una de las encargadas del último caso que esa misma mañana había caído sobre la mesa del comisario, sin que él lo quisiese.
Veinte minutos mas tarde, los dos caminan, uno dos pasos por delante de la otra, con cierta pesadez por los pasillos del área de Prosectorado del Instituto Anatómico Forense. Conocen muy bien el lugar, por desgracia, lo visitan más a menudo de lo que ellos desearían. Llegados ante la puerta de su destino, esta se abre automáticamente. Antón suspira profundamente antes de cruzar la puerta, la inspectora sube la cremallera de su cazadora por encima de sus pequeños y redondeados pechos. Los dos dan un par de pasos hacia el interior de la amplia sala, apenas iluminada por un par de lámparas sobre la mesa de acero que hace de escritorio, situada a su izquierda, ante la que está sentada en un taburete la figura encorvada de un hombre enfundado en su bata blanca, con sus gafas de pasta en la punta de la nariz.
–Buenas noches Doctor.
Las puertas se cierran tras las palabras del comisario.
Antón Freixa es consciente de que lo que acaba de decir no es mas que un simple formalismo de cortesía. El doctor Caniellas gira el taburete donde se encuentra sentado al oír la voz, que le es de sobra conocida. Los estaba esperando. Los mira fijamente, mientras piensa que esta noche tiene poco de buena.
Hace frio en la amplia sala de cuarenta metros cuadrados, pulcramente ordenada y limpia, en la penumbra de esta, en una de las mesas de acero que hay en el centro, se pueden identificar las líneas de un cuerpo cubierto con una gran tela blanca que cuelga por los laterales.
–Buenas noches, comisario.
–Podían ser mejores doctor.
–Los he mandado llamar con urgencia, porque quiero mostrarles lo que he encontrado en el cuerpo de la señora Letizia Soto. Espero que me disculpes, Antón, por la hora tan intempestiva y por haber interrumpido alguno de tus actos sociales, pero, dada la relevancia de este caso, lo creí necesario.
–Déjate de caralladas, doctor. No creo que estemos ninguno de los dos para actos sociales en estos momentos. El único acto que he tenido hoy ha sido con el director, y no ha tenido nada de social. Más bien, todo lo contrario.
–Te creo. Yo también he tenido hace un par de horas, uno de esos actos sociales con nuestro querido director.
–Por lo visto, esta noche va camino de convertirse en una de esas noches inolvidables de nuestra vida.
–No creo que solo sea esta noche. Seguro que vamos a tener unas cuantas noches y días inolvidables por este caso.
–¿Qué es lo que tienes para nosotros?
–Comisario, por nuestra parte hemos terminado de examinar el cuerpo…
–¿Sabemos cómo murió?
El doctor Caniellas mira al comisario, reprochándole con su mirada su impaciencia. Antón se percata al instante de lo que significa esa mirada, entorna los ojos y suspira, preparándose para armarse de la poca paciencia de la que todavía es dueño en estos momentos. Conoce muy bien a Caniellas, y el doctor también lo conoce muy bien a él. El comisario es conocedor de la meticulosidad y pulcritud del doctor, en cada uno de los detalles, cuando se dispone a exponer uno de los casos en los que ha intervenido.
Nada ni nadie lo apartaran de su objetivo.

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