SUSURROS DEL PRETERITO VIII

Siena tiene el encanto del misterio, el silencio de su historia, que guarda bajo las piedras de los palacetes que recorren sus callejuelas, y como el mudo espectador del tiempo esperando a que llegue su día. Asentada sobre las colinas de la Eturia se encuentra Siena, que nació, según una antigua leyenda, sobre las mismas colinas donde se encuentra actualmente, fundada por Asquimio y Senio, hijos de Remo (hermano de Rómulo). Aunque la realidad histórica nos dice que nació como simple asentamiento Etrusco, hacia 900 a.C., a 400 a.C., de una de las tribus que conformaban este pueblo, los Saina. La historia nos dice que en tiempos del emperador Augusto fue colonia romana, conocida con el nombre de “Sena Lulia”. Bajo el dominio del imperio romano, Siena no fue una ciudad relevante hasta que los lombardos invadieron la Toscana, entonces Siena comenzó a tener notoriedad como punto relevante entre la región septentrional lombarda y Roma, pasando a constituir un centro importante de la actividad comercial. En 1115 se convirtió en un “borgo” autogobernado, dando con ello pie al nacimiento de la influyente república de Siena, que ha sido de crucial importancia para ordenar la ciudad que ha llegado hasta nuestros días. En el siglo XIII se terminó de construir su catedral, y comenzó adquirir importancia la Pizza d’il Campo, (considerada actualmente uno de los espacios más bellos de Europa) se construyéndose las calles que actualmente desembocan en ella, sirviendo como plaza de mercado.

El 4 de septiembre de 1260 se libró la batalla de Montaperdi, entre las repúblicas de Florencia y Siena en la Toscana, un conflicto que nació de las desavenencias entre dos de las facciones que apoyaban al Sacro Imperio Romano Germánico, la casa de Baviera (güelfo) y la casa de los Hohenstaufen de Suabia, señores del castillo de Waiblingen (gibelinos) –un conflicto secular entre el Pontificado y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico–. Un acto de traición cambio el curso de la batalla, acto inmortalizado por Dante en la Divina Comedia. Un hecho que ocurrió antes de que comenzase la batalla, y que los sieneses recuerdan a la menor oportunidad, fue que toda la ciudad se encomendó a la Virgen María, lo que les hizo ganar la batalla, según ellos. El general que comandaba las tropas de la ciudad, Bonaguida Lucari, camino descalzo por las calles, destocado, con un dogal alrededor del cuello, hasta la entrada de la catedral, seguido por los moradores de la ciudad de Siena en aquellos momentos, el clero en pleno los espero a la puerta, Lucari y el obispo se fundieron en un abrazo mostrando la unidad entre la Iglesia y el Estado, en aquel acto Bonaguida Lucari entrego formalmente la ciudad y su “contrade” a la Virgen. La república de Siena está llena de riquezas culturales, sobre todo en las disciplinas humanistas. Su capital, Siena, sigue manteniendo la misma apariencia de ciudad gótica que adquirió entre los siglos XII y XV. Lo mismo que la ciudad de su viejo mentor. Su catedral es uno de los más claros ejemplos del gótico italiano. La Piazza del Campo, que tiene forma de concha de vieira, es el escenario donde dos veces al año se celebra la carrera del Palio, donde se encuentra el Palazzo Pubblico, el Museo Civico, la capilla de Piazza, con su torre del Magia, y la Fonte Gaia.

Siena es, para él, una ciudad hecha de desordenados recuerdos, como su propia vida, por los que deambulaba asustado, perdido y terriblemente solo, la mayoría de las veces.

Al salir de la anodina y fría estación de Siena, dirige sus pasos hacia el aparcamiento donde su viejo escarabajo negro está esperándole. Se encontraba en el mismo sitio donde lo había dejado hacia un par de semanas, cubierto con una fina manta de polvo. Aún faltaban cuatro largas horas para su cita de la media noche. Una reunión extraordinaria convocada en el último momento, algo inusual, ya que la reunión anual de la logia coincide con el solsticio de verano en el hemisferio Norte. La muerte del presidente del Supremo Consejo, hacia inevitable dicha reunión. Aunque su sucesor ya había sido acordado en la última reunión.

Pasaría por el hotel Minerma, donde acostumbraba a alojarse cuando se dejaba caer por la ciudad, se daría una lucha y luego saldría ha dar una vuelta por la Piazza del Campo. Cogerá la escalera mecánica de Porta Ovile, para acceder a la Piazza San Francisco, donde se pasará por la comisaria de los Carabinieri por si le sargento Marco está de guardia, antes de regresar a San Gimignano, quiere que se encargue de un mandado, luego subirá por Vía di Rosi hasta el cruce con Vía Bandri di Sopra, que enfilara hasta el caffe del Corso, donde se tomara una ensalada caprese con tomate antes de acceder por Vicolo San Pietro a la Piazza il Campo, donde se sentara en una de las terrazas a tomarse un Galbados.

El reloj de la Torre del Duomo comienza a marcar el final de un día que termina, en que el curso de los acontecimientos se han desarrollado como no esperas, un veinticuatro de julio, y el principio de otro que no sabes lo que te va a deparar, el veinticinco de julio, el día de Santiago Apóstol, el apóstol decapitado. El sonido del último gong de las campanas del Duomo rocía los tejados de la ciudad, con la puntualidad exigida a los miembros convocados de la logia, doce caballeros maestres van saliendo por cada una de las doce puertas dispuestas a ambos lados de la alargada y oscura sala iluminada por trece candelabros Trivulzio, con seis brazos a cada lado de su báculo central, en los que reposaban otros tantos velones con su amarillenta llama bailoteando en el rancio aire de la sala.

Los extraños personajes, vestidos con una túnica blanca y un Zendale negro, que les cubre la cabeza y les llega hasta la cintura, y su rostro oculto tras una máscara completamente blanca, con dos pequeños orificios para sus ojos, se van situando alrededor de una mesa centenaria de madera con forma de triángulo equilátero, custodiada por doce columnas dóricas, con un pie de base cuadrado y un capitel con ábaco, que representan la ciencia y la sabiduría y que personifican la dignidad de los que se sientan alrededor de la mesa, sentándose en las sillas de alto respaldo tapizadas en el color de la “Flor Eterna”, que cada uno tenía asignada según su rango, con un número del uno al nueve inscrito en el círculo central del respaldo. Tres de ellas, las que están en los vértices que forman la mesa no tienen número alguno, solo los símbolos de alfa, beta y gamma. Bajo un silencio obligado y con el mismo inerte semblante, esperaban a que la puerta número trece, insertada en la cabecera de la nave, se abra. Una Cruz de Constantino preside la sala. Ninguno de los que estaban sentados a la mesa conoce la verdadera identidad de todos ellos, cada uno de ellos solo era conocedor de la identidad del que estaba a su derecha y a su izquierda, aunque todos llevan un tatuaje que los identifica como miembros de la logia. Una de las normas de esta. Todos son conscientes de que el contenido de aquella reunión no podría transcender fuera de las gruesas paredes de aquella secreta sala, situada bajo la nave central del Duomo.

A los diez minutos de que todos se hubiesen acomodado en sus respectivos sillares, el pesado portón con enrevesadas tallas geométricas en su hoja, que se halla en la cabecera de la nave, se abre, apareciendo tras ella la alta y estilada figura del gran caballero maestre, el nuevo presidente del Consejo General, embutido en su túnica blanca y su Zendale de color flor de brezo, que oculta su rostro tras una máscara idéntica a la de los presentes en la sala. Todos se ponen en pie al unísono, reclinando sus cabezas sobre el pecho, al distinguir la recortada figura en el umbral de la puerta.

–Exurgue domine –pronuncia con profunda voz de ultratumba, el gran maestre en cuanto llega a la cabecera de la recia mesa.

–Et judila causan tuan –responden todos al unísono con una sola voz.

El recién llegado comienza a recitar el Magnificat en latín, mientras los demás repiten susurrando las mismas palabras:

“Magnifícat anima mea Dóminum et exsutávit spíritus meus in Deo salutári meo. Quia repéxit humilitátem ancíllæ suæ: ecce enim ex hoc beátam me dicent omnes generatiónes, quia fecit mihi magna qui potens est: et santum nomen ejus, et misericórdia ejus a progénies timéntibus eum. Fecit poténtiam in bráchio suo: dispérsit supérbos mente cordis sui: Depósuit poténtes de sede, et exaltávit húmiles. Esuriéntes impévit bonis: et diívites dimísit inánes. Suscépit Israël puérum suum recordátus misericordiæ suæ, sicut locútus est ad patres nostros, Abraham et sémini ejus in sæcula. Amén”

Cuando hubo terminado, todos se sentaron al mismo tiempo como si fuesen una misma persona.

3 Comments
  • Universo de esperanza, lucha por la vida
    Posted at 19:07h, 12 febrero

    Genial relato!! Permíteme preguntarte. Imagino formará parte de la segunda parte de la novela?
    Esa facilidad que tienes para cambiar de genero y la profundidad que das al texto introduciendo el párrafo y palabras en Latín.