22 Feb SECRETOS DEL PRETÉRITO III
Dejo que el retrato que tengo entre mis manos repose sobre mi pecho apretándolo entre mis brazos, mientras permito que mi subconsciente empiece a viajar libremente por la inmensidad de las llanuras de mi mente, descubriendo con ello nuevos universos que antes no había explorado. Quizás, porque no sabía de su existencia. Como siempre que mi subconsciente decide viajar en la llanura desértica de mi mente. –Aunque la gran mayoría tiende a considerar los desiertos como tierra yerma y estéril, la verdad es que son hábitats biológicamente ricos que albergan una amplia variedad de flora y fauna adaptada a sus condiciones de vida extremas, que es lo que ahora me toca a mí en la vida real. Adaptarme–.
Mi mente lo hace viajando a través del calmado viento seco, que circula desplazando las dunas de finas arenas que cuentan el tiempo. Pero, a diferencia de otras veces, estoy notando que también lo hace escudriñando los rayos de luz que produce el eclipse de mis sentimientos, de mis emociones, de mis recuerdos. Siento con ello una liberación…, como si se tratase de esa facultad innata que tenemos los humanos de hacer algo de una manera u otra, para llegar a un destino, incluso de negarnos a no hacerlo escudándonos en otra que no queremos hacer, y que hacemos, por lo que uno es responsable de sus actos… Algo tengo que hacer tras los trágicos acontecimientos.
¿Qué va a ser ahora de mí?, ¿qué va a ser ahora de ella? Susurro.
Ella, que había sido la persona que había cambiado mi vida…, con la que aprendí, después de media vida de búsqueda, el sentido de la palabra «Felicidad», a disfrutar cada minuto que he pasaba a su lado. Ella había hecho posible que muchos momentos fuesen únicos e irrepetibles, que nunca olvidaré. Es posible, es seguro, más bien, que con ella encontré la felicidad perdida en el templo de los sentimientos, donde he sido feliz. Ya nada será igual sin ella, ha habido momentos, durante estos doce años, en que ella no estaba en persona a mi lado, pero sí presente en mi interior…
Miro su retrato mientras le susurro:
Amor, amor… Te he querido. Te quiero, y por este amor que siento, te prometo que este amor no va a desaparecer ni a cambiar, puede que haya otro amor, que será distinto, nunca igual. Siempre estaremos juntos a pesar de esta distancia que nos han impuesto. Te echo tanto de menos. ¿Dónde estás Letizia mía?.
Una fuerte convulsión recorre mi cuerpo medio adormecido, medio mareado, atolondrado, al escuchar el leve sonido de un susurro que cada segundo se hace más nítido, que reconozco, queriendo decirme algo…
¡Su voz!… Escucho su voz, la de Letizia, tras de mí. Un helado escalofrío recorre mi cuerpo. La voz suave y melosa que tantas veces me había susurrado al oído, cuando estaba cansado o dormitando sobre el sofá, la voz tierna y serena que me hacía sentir tranquilo y sosegado, me quiere decir algo que en mi aturdimiento no alcanzo a entender en principio.
»¿Dónde estás, Letizia?… Llevo dos días buscándote en cada rincón, en cada esquina de esta casa nuestra, y no te veo, aunque note el aroma de tu perfume… Te echo tanto en falta…, todo está cambiando desde que no estás…
–No te preocupes –responde en voz baja–. Estoy aquí, amor, en nuestro refugio.
–¡¿Dónde?! No te veo, Lety.
–Nicolás, abre los ojos
–Los tengo abiertos, pero sigo sin verte.
–Perdóname.
–No tengo nada que perdonarte. El que debe pedir perdón soy yo.
–Perdóname por no haber sido sincera contigo desde el primer momento… Me he dado cuenta tarde de lo mucho que significas para mí, de lo mucho que te amo. De lo que me he perdido por ocultar una verdad tras una máscara de dos rostros, por ignorar una realidad. No quiero disculparme, pues no hay disculpa que me justifique. Quizás la cobardía…, pero esa no es justificación, pues la cobardía no es más que un vicio, un defecto, y cuando me di cuenta de mi error, el miedo arruga mi alma. Perdóname.
–Lety, amor, no puedo verte. ¿Dónde estás?
–Amor, no puedes verme, ni tocarme, pero puedes sentirme. Estoy a tu lado. ¡Te amo!, más de lo que nunca me imaginé que podría amar.
–Lo sé. Siempre lo he sabido.
–Pero yo no quería saberlo…, o no supe verlo… Lo siento tanto.
–¿Quién ha sido?, ¿cómo ocurrió?, ¿por qué?
–Ahora me tengo que ir. Mi tiempo se acaba.
–¡Tan pronto!, si acabas de llegar.
–No temas. Quizás, otro día volveré.
–¿Cuándo?
–La luz me está esperando. Hoy es el día, mi amor. La luz está aquí. Hoy es el día en el que voy a sentirme libre por fin. Tú también…, pero no temas te llevo en la mochila de mi corazón.
–¿De qué día hablas, Letizia? ¿Adónde te vas?… Te amo mucho, no te vayas de nuevo… ¡No me dejes!
–Amor, me tengo que ir… Cuida y protege a Benjamín y a Pau, nuestros pequeños, el fruto de un amor.
–Lety, Lety. Me oyes…«
Una rebelde lágrima de pena fluye correteando lentamente por mi mejilla. En este momento comprendo que ella se ha ido para siempre… Pero, adonde quiera que se haya ido, seguramente que será feliz.
Una extraña sensación de tristeza invade mi cuerpo recorriéndolo de arriba abajo. Me inclino con abatimiento para coger el retrato que se ha deslizado por mis piernas hasta quedarse en mis pies. Lo recojo mientras una lágrima indómita cae sobre su rostro de papel. Por primera vez en mucho tiempo, me siento orgulloso de nuestro amor. Del amor que habíamos vivido y tenido juntos. Aunque fuese construido sobre los cimientos de una mentira.
Hoy es uno de esos días, de esos anocheceres, en que quisiera volver a sentir sus labios sobre los míos. Sus brazos rodeando mi cuello. Sentir las caricias de su piel sobre mi rostro. Oír el susurro de su voz en mis oídos. Ahora más que nunca quisiera sentir tus abrazos, tu aroma, tu aliento… Pero, en realidad, soy consciente de que, con el paso del tiempo, a partir de ahora sus recuerdos se irán marchitando, aunque no sé cómo hacerlo. Quiero y deseo que esos recuerdos perduren, para lo cual estoy dispuesto a aprender realmente cómo mantenerlos a mi lado…
Me siento culpable por mi demora en darme cuenta de lo que realmente significan las palabras que pronuncié cuando la conocí, que fueron las que propiciaron, quiero creer, en principio, nuestra unión…
Cierro los ojos, y reclino la espalda sobre el respaldo del sillón, comenzando a hablarle como si ella estuviese aquí, en el silencio de mi soledad.
Pero sabes que, aunque estés perdida y seas inalcanzable en la distancia de mi presente, hoy quiero decirte no con una palabra, ni con un beso, pero sí con el silencio de mi alma, cuanto «TE QUIERO». Es posible que a veces, la mayoría de ellas, he sido débil, taciturno, esquivo y quizás algo cobarde, por no decírtelo más a menudo… Tú mejor que nadie en los últimos tiempos eras conocedora de mis pensamientos y de mis sentimientos, por eso entenderás lo mucho que te echo en falta…
Preguntas si me arrepiento…
¿Acaso debo hacerlo?…
Para nada. Todas las malas y buenas decisiones que he tomado, a lo largo de mi vida, son las que me han llevado hasta ti…, así que no, no me arrepiento de haberlas tomado. Es más que posible que algunos sentimientos se borren de mi memoria de manera inconsciente, pero nunca me arrepentiré de lo que he compartido contigo… Sé que nunca más te volveré a ver, porque aún no existe una fórmula de revivir a los muertos. ¿Qué puedo hacer para que esto no pueda suceder?… No sé si voy a tener las fuerzas necesarias para continuar…, tengo miedo…
Ahora debo meditar si debo tomar esta decisión que me ronda por la cabeza, perdóname si no te la cuento, ya sabes cómo soy para estas cosas, antes tengo que pensarla detenidamente. Lo único que te diré es que, si decido hacerlo, tomaré la decisión más difícil de mi vida, de la que espero no tener que arrepentirme al final de mi camino.
Quisiera poder seguir contándote mil historias, con dulces palabras saliendo de mi boca. Pero sé que no es necesario que lo haga con palabras que tus oídos no van a poder oír ya. Tú no estarás a mi lado para hacerme callar… Lo haré con las palabras de mi pensamiento, esas que solo el espíritu puede escuchar, pues ahora te has convertido en un ángel, mi ángel de la guarda, al que hoy le quiero rogar, desde este, que ha sido nuestro refugio cuando aún eras un «ángel» carnal, que ese nunca me abandone ni me deje solo, que me guíe por la senda certera del espeso bosque de la vida, para que haga lo correcto…
Las agujas del reloj del tiempo parece que no avanzan, es como si el tiempo estuviese siendo medido con un reloj de arena, del desierto del Sahara, la cual simplemente se desliza, y aguarda a que sea el turno de cada grano para pasar por el diminuto agujerito del cono invertido de cristal…
En este instante del tiempo detenido, paralizado, las paredes que me envuelven, los muebles, los cuadros, los libros, la música grabada y yo mismo somos como los puntos de intersección en cuyo cruzamiento se encuentran los millones de puntos que forman las líneas de la perspectiva asimétrica de un mundo que ya ha dejado de existir, con la perspectiva del que existe, somos la ilusión, la pasión, del presente que camina hacia el futuro, frente a la obsesión y el engaño de un mundo pasado.
Pero, en uno de esos extraños momentos de la vida, en que nuestros astros se alinean, esa intersección de esos dos puntos hace que comience a sentirme… en la realidad. Mi antigua-nueva realidad pretende regresar…
Me dejo llevar por esa música, que parece no detenerse nunca, con esa voz que acompaña su sintonía en el interior de mi conciencia, repitiéndome exactamente todo aquello que prefiero no saber y, por supuesto, mucho menos decir de viva voz. Observando en la verdadera silueta de esos recuerdos la crueldad, el deterioro, la enfermedad, la mentira, la ruina, como si estuviese admirando el lujo macabro de las pinturas del Renacimiento. Con toda la ira de una probable imputación, falsa o verdadera, entremezclada con el malicioso sarcasmo de una caricatura, dibujada por un caricaturista a orillas del río Sena…
Qué manera tan rara o extraña tienen a veces los recuerdos de llegar a nosotros, es como si nos estuvieran esperando en su esquina, sin prisa, como concediéndonos el tiempo que ni nosotros mismos sabíamos que necesitásemos, para presentarse ante nosotros, así de repente, y soltarnos de sopetón: «aquí estoy, vengo para quemarme un rato contigo, quiero que respondas unas preguntas».
Recuerdos que durante largo espacio de tiempo han estado conmigo, presentes en mi vida sin que yo apenas me percatase de ellos. Como si se tratase de ese edificio por el que paso todos los días de regreso a casa o a mi oficina, que miro y por el que siento una atracción, pero que no termino de decidirme a atravesar su puerta, unas veces por falta de tiempo, otras, la mayoría, por miedo a que me defraude lo que su interior me muestre. Siento vergüenza o desasosiego; me lamento por no atreverme ha hacerlo… Pero ese azar benévolo, que llevamos en nuestra mochila, nos impone el momento justo en que necesitamos detenernos para mirar de frente esos recuerdos, sin vergüenza, ni desasosiego. Con una mirada desnuda de prejuicios.
Siento como mi mundo se extiende un poco más allá de donde creía que podía llegar. Ante mí se presenta el amplio portón de entrada de ese nuevo y desconocido mundo nuevo, una vez más, no sé cómo he llegado hasta aquí, pero sí tengo claro que no es para quedarme en él, quieto e impasible. No solo estoy de paso, esta vez voy a luchar en él. Tengo que traspasar ese amplio portón de dos hojas para caminar por la senda de ese nuevo mundo… Expectación, más bien, es lo que siento… En cuanto antes plante cara a mis miedos, antes podré adentrarme en la senda de este nuevo mundo. Llenaré mi mochila de viaje, ordenadamente con mis recuerdos…
Me levanto del asiento, sin tener decisión alguna tomada sobre lo que voy a hacer, me dejo llevar por el impulso desbocado de mi mente, de mi corazón. Por mis sentimientos…, cuando estén listos, ellos son los que marcarán el tiempo y el espacio para actuar.
Me acerco lentamente hacia donde se encuentra el aparato de música, dejo caer mi dedo sobre el play, sin preocuparme de lo que va a sonar. Por los altavoces sale el sonido melódico de unas voces entonando «Lonely people burn like candles…»
King volcano
Overshadowdby her sister
Pretty girl would scream,
King volcano gave me numbers
King volcano is clean (twice)
Lonely people burn like candles
Only we are clean
Lonely people burn like candles
Only we are clean…
En mis oídos suena la melodía como un coro de voces venido de un tiempo antediluviano. Apacigua mi tristeza. Mientras vuelo sobre los recuerdos que guardo, sin detenerme en alguno en especial…, pienso en Letizia, en Ben, en el pequeño Pau, en Víctor Hugo, en mi hija Carlota, en mi primer matrimonio, en mis días en Nueva York. En todos esos lugares donde me ha llevado mi profesión y mis ganas de descubridor de vidas, de ciudades y lugares, durante todos estos años pasados. También pienso en esas misteriosas tierras, en esos yelmos que transitan por ellas, en los confines ocultos de mi mente, tratando de recordar los momentos en los que transité por ellas.
Estoy de pie, parado ante el amplio ventanal del ático. Sobre su cristal, contemplo el reflejo de las líneas quebradas que forman la figura de un hombre maduro, envejecido por el acontecimiento vivido, cansado y roto, destrozado. En él reconozco mi rostro, pero es como si fuese el reflejo de otro. Veo como el reflejo de esa figura, conocida y desconocida a la vez para mí, se va despojando de esa armadura de caballero andante; ese reflejo, desgastado por el cansancio, asustado ante lo desconocido, se va cayendo esparramado ante mis pies descalzos, sobre el baldosín de la terraza, humedecido por la oscuridad de la noche que está asomándose en el marchitar de la luz de un día que se está yendo… Es como si el cristal desterrara mi reflejo, me arrojara de su interior sin vida, para así apoderarse del todo, de mi todo, para mostrarme el cuerpo ya sin vida de mi amada, que yace tendido en el húmedo césped de mi mente, para permanecer en él, yaciendo, para siempre, con su sonrisa prendida en sus labios carnosos y sus ojos azules-verdoso brillando como dos lucecitas de luciérnaga en la inmensidad de la noche oscura de mis recuerdos.
Mientras, la suave melodía de la música resuena melosamente y sus notas recorren cada rincón, cada esquina, de la amplia estancia, inundándola de una suave neblina de serenidad. La luz se va deshilachando a mí alrededor mientras siento como corre mi sangre por los canales de mis venas, noto en el aire el olor suave del cuerpo de Letizia, el sonido de su sonrisa, la sinfonía armoniosa de sus susurros, las bulerías de sus palabras saliendo de entre las cuerdas de la guitarra de su garganta. Una sonrisa se dibuja en la comisura de mis labios, mientras me digo a mí mismo que esto puede ser el principio de algo. No sé si bueno o malo, pero sí el principio del fin. Lo cual me insufla cierto aire de un valor que tenía en la mazmorra del olvido.
Observo de soslayo como mi reflejo y el de Rufus se diluyen en la oscuridad de la noche, confundiéndonos entre la húmeda neblina de los vapores del asfalto. Me giro con parsimonia monacal, retrocediendo sobre mis pasos, dejando que la música se deslice, como si se tratase de las olas espumosas del mar Mediterráneo, bañando con su espuma blanca las finas arenas de la playa, arremolinándose en cuanto se encuentra con cada uno de los rincones del ático para posarse suavemente en cada uno de los objetos que en él cohabitan. Cierro los ojos mientras mi cansado cuerpo se deja caer, postrándose retorcido sobre el sofá, notando como las lágrimas que contienen la cuenca de los ojos recorren los pómulos para caer, gota a gota, en el antebrazo. Rufus coloca su cabeza sobre mis rodillas mirándome con ojos entristecidos. Pienso, sueño, medito…, me hablo a mí mismo, mientras las notas musicales acunan mis pensamientos entre el regazo de sus corcheas y semicorcheas.
Las corcheas y semicorcheas de las notas musicales van y vienen a su ritmo, recorriendo la habitación con su sonoro revoloteo mariposil, tan peculiar. Dejo que mi mente se libere, permitiendo que sea conquistada por el aire fresco de lo banal, practicando una de mis peculiares aficiones cuando estoy cansado o avutardado, como es esta noche, en la que los recuerdos vuelven a mí, escritos en añejos legajos, que no es otra que recordar pequeñas anécdotas o historias que he leído tiempo atrás.
Desde que era niño, mi abuelo y mi tata, me contaban historias reales o inventadas por su imaginación, en las frías tardes invernales de los campos, del antiguo reino de León.
Durante todos estos años, vividos a través del itinerario de mi madurez, he podido comprobar que el recordar pequeñas historias, leídas, contadas u oídas, me evade de los cansinos avatares de un día que quisiera no haber vivido. Por alguna extraña e inexplicable razón, es una de tantas rarezas que pasan por nuestro día a día, que no alcanzo a descifrar, pero de alguna manera me ayuda a ver la realidad de los acontecimientos vividos, desde o con otra perspectiva.
Me dejo llevar, adentrándome en la senda que indica mi memoria; y mi memoria me lleva a una historia que leí siendo un chiquillo de apenas trece años, en un libro de Peter Freuchen, que me había regalado mi madre por aquellas Navidades –Peter Freuchen (3) había sido explorador en el Ártico–. Si no recuerdo mal, creo que el libro se titulaba Aventura en el Ártico –se editó en los años 60–… Hace muchos años que está agotado… Curiosamente, no recuerdo cómo consiguió Freuchen escapar de aquella apurada situación. Pero no hace falta decir que escapó.
En él se cuenta que Freuchen, famoso explorador del Ártico, se quedó atrapado en una tormenta de nieve en el norte de Groenlandia, solo con sus escasos víveres, entonces decidió que lo mejor sería construirse un refugio con trozos de hielo cortado con su machete, un iglú, y así esperar a que amainara la tormenta. Pasaron muchos días. Temeroso, sobre todo, de ser atacado por los lobos…–porque les oía merodear hambrientos junto al tejado helado de su iglú–, periódicamente Freuchen salía fuera del iglú y cantaba a pleno pulmón para asustarlos. Pero el viento soplaba furiosamente, y por muy alto que cantase, lo único que Freuchen oía era el viento. Sin embargo, si bien este era un problema grave, el del propio iglú era mucho mayor. Porque Freuchen empezó a notar que las paredes de su pequeño refugio iban gradualmente cerrándose sobre él. Debido a las peculiares condiciones atmosféricas en el exterior, su aliento literalmente congelaba las paredes y con cada respiración estas se volvían más gruesas y el iglú se hacía más pequeño, hasta que finalmente casi no quedaba espacio para su cuerpo.
Ciertamente, es aterrador imaginar que tu propia respiración te va metiendo en un ataúd de hielo. En mi opinión, es considerablemente más angustioso que lo que relata Edgar Allan Poe en el relato de El pozo y el Péndulo, donde el protagonista es sentenciado a muerte por la Inquisición de Toledo… Porque, en este caso, es el hombre mismo, con sus pensamientos, sus acciones, el agente de su destrucción y, además, el instrumento de esa destrucción es precisamente lo que necesita para mantenerse vivo…
Pues, ciertamente, un hombre no puede vivir si no respira. Así, si se topa con el abismo de un pozo e intenta salvarlo, sin lograrlo, pero se afirma con sus manos en el borde para no caer, invadiéndole el dolo y cerrando los ojos entonces para no dejarse caer, es cuando, al mismo tiempo, se da cuenta de que no vivirá si se deja dominar por ese dolor.
Silencio
Posted at 20:56h, 22 febreroGran texto. y el final es tan cierto, nunca un dolor sea del tipo que sea nos puede asfixiar, siempre debe dejarnos continuar adelante. Y se puede y se hace, e incluso te diré que se renace.
pippobunorrotri
Posted at 21:07h, 22 febreroGracias. Un abrazo
Silencio
Posted at 21:10h, 22 febreroBesos! Gracias por tan buen texto