08 Feb ELLA… ÉL…

Ella inspiraba el vértigo

con su dulce hermosura,

era mujer concluyente

que deseos ahogaba

en su alma de mujer,

que revelaba en sus suspiros,

y en su imaginación cabalgaban

sin que sus labios

lo supieran.

Era hermosa…

una venus en el Olimpo

de la imaginación de él…

era hermosa,

tanto, que a sus sueños

presto su rostro

de mujer.

Él que durante tiempo

buscaba un rostro de diosa,

para su sueño más preciado,

que en secreto guardaba,

él en su diabólica hermosura

encontró lo que buscaba.

Él que ya la amaba, sin rostro,

con su rostro, su amor

se convirtió en obsesión,

revelando su secreto misterio,

amándola con ese amor,

que no es amor,

sino ceguera,

que no conoce razón,

si freno, ni limites.

La amaba, con ese amor,

donde el goce es una ilusión,

cuando en realidad es un martirio

donde nacen los celos,

ese rincón,

donde la felicidad se esconde

para expiación de la culpa.

Ella era caprichosa,

algo alocada,

segura y decidida,

como esas mujeres de ahora

que el mundo quieren conquistar

para decir que suyo también es

y compartirlo

con el hombre o la mujer

que le den deseo.

Él era, supersticioso,

posesivo y egoísta,

como esos hombres

que se han quedado

en otra época,

donde ellos con su presencia

gobernaban y mandaban

y creían que la mujer

solo obediencia debían.

Él y ella, se encontraron

en las horas del destino,

y los días de alegría,

vino y rosas,

se transformaron en días

de lagrimas y llantos,

de batallas interminables,

de guerras donde los muertos

son cadáveres que lloran

por la incomprensión de él,

por el abatimiento de ella,

dejando a la razón

sin palabras y con vergüenza

de ser hombre egoísta y cobarde,

de ser mujer valiente y disciplinada

y una flor en el campo santo.

Pippo Bunorrotri.